sábado, 27 de agosto de 2011

EL REPORTERO, MICHAEL JACKSON Y MUSCLES, LA SERPIENTE.

AQUEL FUE UNO DE ESOS MOMENTOS TAN ESPECIALES DE LA MUSICA POP: MICHAEL JACKSON, SOLO EN CASA Y DISPUESTO A HABLAR DURANTE HORAS CON UN REPORTERO. PERO PUSO UNA CONDICION: TENIA QUE SOSTENER A MUSCLES.

Durante la última década mi grabadora ha captado momentos extravagantes: Bruce Springsteen haciendo imitaciones de Ed Norton a las tres de la madrugada; el zumbido de las alas de los murciélagos sobre la plantación de Eddy Grant en Bajan; Sting aullándole a la luna…. Pero mi hipersensible Sony no estaba programada para captar el siseo de la lengua de una serpiente a escasos centímetros de mi oído durante aquella larga charla con Michael Jackson. Aquel viaje fue sosegadamente extraño; no angustioso, sino simplemente “remoto”.

El reptil en cuestión era Muscles, la boa constrictora de dos metros y medio de Michael Jackson. Durante más de una hora, Muscles reposó en perfecto equilibrio sobre una barandilla justo a mi lado, con la cabeza erecta y los ojos vidriosos fijos en las venillas que, sin lugar a dudas, palpitaban en mi cuello.

Michael la había colocado allí porque yo me negué a tener a Muscles enrollada a mi torso. Parecía un compromiso razonable.

No es que el joven Mike fuese un sádico. Lo explicó como una prueba de confianza, y fue de lo más convincente. Si a mí me asustaban las serpientes, a él le aterraban los reporteros… y tal vez ambos deberíamos superarlo. Michael no había hecho una entrevista en años sin que una de sus hermanas repasase antes las preguntas. Y en los casi diez años transcurridos desde aquellas memorables charlas de finales del 82 (cuando él estaba terminando Thriller), no ha vuelto a dejarse hacer una entrevista de tal profundidad. No es que las cosas fuesen mal. Simplemente fue… duro.

Michael sorprendió a todos –su familia, sus mánagers y su compañía discográfica- al decidir hacerla él solo. Él mismo abrió la puerta principal de su casa pareada alquilada en Encino. Llevaba los pantalones de pana sucios y arrugados; los zapatos gastados y con los cordones desatados. Sin calcetines. Sin maquillaje.

Su hospitalidad era de una torpeza conmovedora; cuando se le acabó la limonada que me había ofrecido, llenó lo que quedaba de mi vaso con ponche hawaiano tibio. En la nevera no había comida, solo zumos. Explicó que estaba allí instalado mientras le reformaban su mansión de Hayvenhurst. Pero su hermana Janet, mientras subía a su dormitorio, anunció que vivía siempre como un mendigo; nunca comía nada excepto unas marchitas hojas de lechuga; llevaba la ropa andrajosa y llena de porquería. Una desgracia…

Estaba claro que la presencia de Janet le relajaba, pero ella solo se quedó un momento… tenía que dar de comer a una serpiente allí arriba. Cuando Michael y yo nos sentamos a hablar la tensión se palpaba en el aire. De tanto en tanto se estremecía por el esfuerzo. No había nada de teatro en ello; en privado, el monstruo era Bambi. Dijo que podía explicar aquel miedo, lo que no podía era superarlo.

Tenía miedo de decir demasiado, no sabía como protegerse. Cuando hablaba con franqueza la gente decía de él…bueno… que era raro.

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